Desde La Trastienda queremos dar voz a nuestros escritores... Le propusimos a Alberto Martínez Laguía que nos ampliara las intrahistorias de su libro, le pasamos una serie de preguntas para que nos contara más sobre sus viajes y esto es lo que nos explicó... Desde luego resulta tan interesante como su libro:
Los viajes de Laguía Travel es
el libro de Alberto Martínez Laguía donde explica sus viajes durante 14 años
bajo una óptica muy personal, en la que describe sus destinos destacando sus vivencias,
anécdotas, experiencias, y regándolos con datos de interés amenos sobre los
lugares, como la gastronomía típica, las religiones que predominan, pinceladas
de su historia, etcétera.
¿Qué es lo que más valoras al hacer un viaje?
Básicamente, dos cosas: la
primera son los compañeros de viaje. Ya sea con tu pareja o con un grupo de
amigos, los viajes, sobre todo aquellos que tienen implícita cierta aventura,
conllevan sorpresas, cambios de planes, algunas incomodidades a las que no
estamos acostumbrados como dormir en aldeas de comunidades indígenas, que el
monzón te sorprenda a mitad de camino en un trekking
por la selva, insectos… en fin… busco viajar con gente que valore esas
inesperadas situaciones e incomodidades como experiencias y sobretodo que las
reciban con humor. La segunda es que se debe escuchar que tipo de viaje te pide
el cuerpo realizar ese año (dentro de las posibilidades): un año será
cooperación, otro será aventura, otro conocer culturas lejanas, y otro
descansar en una playa al sol y tener tiempo para disfrutar de los amigos, comida,
un buen libro… Forzar un viaje de aventura, si el cuerpo te pide descanso, hará
que pases por alto muchas experiencias.
¿Cuáles son los destinos que más te han gustado? ¿Y el viaje que más te
ha gustado?
En cuanto a destinos concretos,
es difícil escoger, ya que a veces la propia compañía hace que un lugar
mediocre se convierta en especial, aun así, algunas de las tres ciudades que
volvería sin pensarlo son: la Habana, Cuba, por la alegría de sus calles. En el
libro defino la sensación que tuve en la ciudad como si fuera con algunas copas
sin haber probado una gota de alcohol. Jerusalén, por su magia. Cada rincón…
cada adoquín… podría llenar páginas y páginas con su historia, y dependiendo de
la religión del autor, podría ser una historia completamente diferente. La
vista se te pierde entre cúpulas, mausoleos, sinagogas, cruces, mezquitas,
soldados armados, rabinos, los rollos de la Torah… Todo son símbolos, todo es
pasión… Y la tercera sería Ushuaia, en la Patagonia Argentina, provincia de
Tierra de Fuego, conocida como la ciudad del Fin del Mundo o la Ciudad más austral del mundo. Este antiguo
enclave era la cárcel de Argentina, por la dureza de sus
condiciones climatológicas, y porque si algún presidiario tenía que cruzar el
Canal de Beagle a nado, moriría congelado en pocos minutos. Como toda la
Patagonia, Ushuaia es un lugar que engancha, por el azul oscuro de su mar, por
la majestuosidad de las montañas, la nieve, la lejanía respecto a todo… fue un
lugar olvidado hasta que Darwin empezó a estudiar sus especies animales y a sus
aborígenes a bordo del Beagle.
Sin duda, el viaje que más me ha
gustado, fue el que hice como cooperante a Guatemala. Los que me conocen saben
que aquel viaje cambió algo dentro de mi.
¿Y las situaciones más tensas o incluso que hayas pasado miedo?
He vivido situaciones tensas en
algunas ocasiones: caminando por ejemplo por Ciudad de Guatemala, una de las
ciudades más peligrosas del mundo, o en la frontera entre Cisjordania y
Jordania… cuando de repente desapareció mi pasaporte, en medio de una zona
rocosa casi desértica, donde supuestamente la seguridad nos la debían aportar
unos soldados de dieciocho años vestidos de camuflaje y armados hasta las
cejas. O conducir por las carreteras no asfaltadas e inundadas por el monzón,
que bordean los acantilados de los Himalayas, o cuando en Momostenango una
noche, la joven Josefina apareció con su bebé completamente morado e inmóvil,
gritando: “¡Es ojo, es ojo!”… refiriéndose a que el bebé estaba muriendo porque
le habían echado mal de ojo (afortunadamente sobrevivió).
Y estoy seguro que algunas
situaciones ahora las viviría de otra forma, como los atentados del 11 de
septiembre en Estados Unidos (tenía 21 años), o estando en Israel y Palestina
los días del repliegue de los asentamientos judíos de Gaza en julio de 2005.
Alberto, explícanos algo que no salga en el libro…
Hay muchas historias que no se
pueden contar y que, por tanto, no salen en el libro, y me quedo para mi o para
círculos reducidos… ¡Quizá alguna vez escriba La cara B de los viajes de Laguía Travel! Pero de las que no
explico, recuerdo una que viví con mis cinco amigos cooperantes en una
comunidad indígena perdida en el norte de Guatemala, cerca de Chiapas. Habíamos
llegado a la aldea con chicken-bus
(gallinera), después en la parte trasera de una ranchera y finalmente caminando
por la montaña... unas dos horas de trayecto. Desde luego el lugar más remoto
donde habíamos estado. Mientras avanzábamos entre las casas de adobe del
poblado, un anciano de tez morena y que caminaba con dificultad, vino desde lo
lejos hacia mi, se posó enfrente mío, cogiéndome emocionado fuertemente por los
brazos, me dijo: “Por fin… llevábamos años esperándolo”. Mis cuatro amigos me
miraron con sorna y disfrutaron viendo como, por una vez, me quedaba sin saber
que decir!
¿Y de las que no se pueden contar?
Como decía, hay unas cuantas
divertidas. Una de ellas nos sucedió al grupo de amigos de la universidad por
La Habana. Fuimos con dos habaneros a un bar de gente local, donde bailaban y
tomaban su rico ron. En un momento, varias chicas se nos acercaron con ímpetu y
nos cogieron para bailar salsa. Así que de repente, varios de nosotros nos
vimos en medio de la pista, rodeado de decenas de cubanos que nos miraban
divertidos, bailando salsa con unas mulatas. Llegado el momento, a cada uno de
nosotros nos dijeron alguna frase que recordaremos toda la vida, la de mi
cubana fue: “Te vi a hacel el amol hasta molil”…. Pero decidí sobrevivir, y al
poco nos subíamos a lomos de un camión bananero, que nos iba a devolver al
barrio de Miramar, donde residíamos.
Explicas en el libro, que aparte de las historias de los viajes,
creaste un blog donde semanalmente colgabas historias con anécdotas,
curiosidades de los países que has visitado, biografías… explícanos una
historia inédita.
Sí, en el blog he colgado unas
250 historias cortas de los países que he visitado. Estas historias surgen
muchas veces por casualidad: a veces alguien te cuenta de donde proviene tal o
cuál producto, como el gin-tonic (la India), los tejanos (Génova… Blue de
Gênes) o el happy-meal (Guatemala), o lees sobre un personaje originario de uno
de estos destinos… La última historia que me sorprendió fue la de Rebeca
Méndez, una mujer que murió hace un par de años en México. Todos nosotros hemos
oído hablar sobre su vida, pero nunca me había parado a pensar en ella, hasta
que un día, haciendo cola en la Delegación de Hacienda (puede surgir en
cualquier momento) escuché una canción que hablaba de ella: la historia real narra
que en 1971, una joven de 22 años, Rebeca, iba a casarse con un pescador al
cabo de cuatro días. Sin embargo, Manuel, antes de la celebración, tuvo que
partir a faenar junto a otros hombres. Algo sencillo y que le permitiría llegar
a la boda. Pues bien… al cabo de cuatro días, Manuel no llegó, y Rebeca fue a
buscarlo con su vestido de novia y con su ramo al muelle. Volvió al día
siguiente, al otro, al otro… y así todos los días de su vida desde los 22 años
hasta los 63 que murió. Se trastornó, y se convirtió en una atracción
turística. Los turistas iban a verla y le decían a una fantasmagórica Rebeca
que vivía de la mendicidad e iba ataviada con un vestido de novia roído y
comido por los cangrejos, que por favor volviera a su casa. Rebeca siempre
contestó con una sonrisa: “No, Manuel va a llegar y nos tenemos que casar…”. Cada
día de su vida.
La verdad es que me quedé helado
cuando descubrí la historia de esta mujer, que deambuló toda su vida sobre el
muelle de San Blas.
¿Cuál es tu próximo destino?
Pues todavía lo estoy
planificando. La verdad es que si escucho a mi cuerpo, este año me pide
descansar en una playa al sol y disfrutar del mar, la buena comida, los amigos…
incluso aparcar mi libreta Moleskine por un año y tan sólo vivir sin
escribirlo… quizá volver a una isla griega. Sin embargo, también es cierto que
cuando surgen oportunidades de viajes lejanos, me resulta difícil negarme, así
que tampoco descarto subir al Machupichu.
Muchas gracias Alberto, y espero que sigas disfrutando de tus destinos nos
hagas partícipes de tus historias.